miércoles, 7 de mayo de 2008

Kunf Fu Tsé

Todo contribuye o no? a la gran confusión?. Un café que es estereotipo. El libro del niño Delgado, de la vieja que enloquece y ve al demonio como un patético payaso. El mejor libro boliviano. Un café americano doble, con tostado americano, con olor americano, pero es café de La Asunta.

Al frente, una vitrina de libros, de Dostoievsky a Corín Tellado, de Bukowsky a Paz Soldán a una antología olvidable con cuentos lovecraftianos. Unos lustrosos y pequeños cds, azarosamente dispuestos en un orden que solo entiende el dueño del bazar. De Amstrong a Wolfmother, de Savia Andina a Berlioz, de Mars Volta a Talía.

En el cine, la cartelera tiene a Indiana Jones mezlcada con el Coronel, a Sweeney Todd con la voz de niños nicaraguenses. Todo es una mezcla. Aldea. Babel. Alejandría omnipresente.

Un día sueño feliz que soy Cristo, que soy alguien así, que corre huyendo de sus captores. Y estos no son romanos ni fariseos, parecen una mezcla de persas y mongoles. Corren en caballos de cascos enormes, crines doradas, sin cabalgaduras ni sin herraduras, blanden espadas que deberían ser cimitarras pero son katanas gruesas, y nada más. Corro hacia una ciudad que - alguien dice - es Babilonia, pero cuando llego exhausto a una colina y diviso los edificios, no parece Babilonia, parece mas bien una sepultada ciudad asiática, con estatuas que aprcen hundidas desde siempre y sólo dejan ver descomunales cabezas de Budas plateados. A los costados se ven catedrales imposibles, horribles catedrales. Hay una idéntica a Notre Damme, pero de cabeza, cubierta de polvo, líquenes y trepadoras. Ese lugar es la muerte, el único escape, el lugar definitivo, pienso.

Cuando sueñas que vuelas, dicen los psicólogos, estás erogenizado, tus hormonas te dan la sensación de elevarte. Me rio, hace años que no sueño que vuelo, y sin embargo soy mas cachondo que un jamaiquino. Me rio de nuevo. Entonces, en ese sueño donde parezco Cristo o alguien así, corro a través de la colina, hasta llegar al borde, luego, pienso que voy a volar, me entusiasma la idea, siento el mismo escozor en la panza que sentía cuando iba a entrar a una piscina. Pero no vuelo, corro en línea recta, hasta casi el otro lado del abismo, a la mitad me detengo, y desciendo rápidamente sin parar de correr. A lo lejos, me veo yo mismo, el paisaje es un cuadro de Arturo Borda, de Salvador Dalí, desierto inmenso de Picasso, arena profunda y rojiza. Sigo corriendo.

Sé en el sueño, que mi vida peligra, llego a la ciudad, complicada ciudad rodeada de escleras, pasadizos, escalones. Todos los edificios de esa Babilonia astral no son edificios, son rostros, asiáticos, plateados, rostros enormes que a pesar de tener ese aspecto metálico, son fríos, despiadados. Habro la boca-puerta de uno de ellos y me pierdo adentro.

Herodes que tiene un rostro de Lennon, un vestido de Calígula, un reloj Rolex, da una misa profana en el centro de la casa. Por dentro, la casa es la cueva de Lourdes, una mezcla del Arca y un poco de casa cochabambina, hay un Cristo que llora sangre en un costado. Solo dos feligreses.

Herodes me entrega a los captores, que ya están en la puerta, mi desesperanza crece, lloro, me agacho. Lo último que pienso es en pedir ayuda a Dios, a los dioses, en pedir ayuda. Me levantan. Nunca he sido aprehendido, pero gracias al sueño sé lo que se siente, que te pongan cadenas.

Y en las cadenas más mezclas, más confusiones. Los borde dorados tienen caracteres sacados del I Ching, ideogramas clarísimos. Las cadenas son de oro, pero son idénticas a las de San Pietro In Vincoli, viendo de cerca distngo entre los eslabones símbolos típicos de los Rosa Crucis. Más vértigo, más mezclas. El hierro no pesa nada, me recuerda a esa piedra de los Metabarones que...
Que día, frente a todo, el Prado de La Paz es una alfombra de mezclas que se chorrea por mi conciencia. Recuerdo unos escalones metálicos que daban mareo, recuerdo una combinación de incoherencias. El sueño es la rueda más misteriosa sobre la que los Dioses se mueven.